jueves, 18 de marzo de 2010

Por Jorge Joury

Ya es tarde para buscar culpables


Las reglas de la vida nos marcan que los desamparos siempre conmueven.Los seres humanos estamos "condenados" a vivir de afectos. Una palabra de aliento de vez en cuando. O que se preocupen de saber como estamos, llamado telefónico mediante.El dramático caso de Lucas, el hijo de Antonio Grimau y Leonor Manso, desempolvó esta postal que durante décadas gobernó nuestros estilos cotidianos de convivencia. Pero hoy la fotografía que marcan los ajetreados tiempos modernos, es otra.Por lo que hoy sabemos y la manera en que terminó su historia, Lucas vivió la soledad y el abandono en grado extremo.Tal es así, que el único interlocutor con su familia que se le conoce, eera el portero del edificio donde vivía.La crónica periodistica no ha hecho otra cosa que desnudar, de la manera más descarnada la crisis terminal por la que atravesaba este hombre solitario y de pocos amigos. A tal punto, que ni siquiera gozó del privilegio de una novia que pudiera llorarlo.Era él y su guitarra.El y los secretos que aún guardan sus cuatro paredes, mudos testigos de un drama que se fue tejiendo puertas adentro.Hoy la opinión pública se pregunta, por qué pasaron cuatro largas semanas para que sus padres se dieran cuenta de que Lucas ya no estaba.La vida de Lucas parece que no fue nada. Ni siquiera el privilegio de ser hijo de mediáticos, le dio la derecha de la notoriedad.

EL HOMBRE IGNORADO
Nadie sabía de su existencia. Ni siquiera los medios.Era Rebolini a cecas. Vaya a saber por qué motivos que desconocemos, se convirtió en un hijo escondido.Las relaciones humanas son tan increíbles como esta historia, cargadas de secretos bien guardados. Muchas veces, tan vacías de estímulos, que nos llevan a desertar de algo tan importante como es la vida.La vida de Lucas parecía definitivamente vacía.Como un frasco olvidado en una repisa. Al final de ese camino, estar o no estar, tal vez le haya dado lo mismo.¿ Habrá sido este el disparador que lo llevó a ese camino sin retorno, sin llevar nada.Como si supiese que a donde iba, no se necesita otra cosa que estar desnudo.Tal vez excedido por una medicación que lo puso en estado de desvarío, fue que eligió seguir siendo un NN.¿ O a caso el grito desgarrados de la madrugada del 6 de febrero en el barrio de Palermo, tuvo como solo objetivo entregarse a Dios como vino al mundo?.

PARA LA TRIBUNA
Vaya paradoja de la vida que la tribuna de Huracán, club del que era hincha, fue uno de sus escenarios preferidos. Claro, allí lo conocían y aunque en medio de ese fenómeno de masas que nos convierte en seres anónimos en medio de la euforia, Lucas se sentía a gusto. Comentan por Patricios que nunca estaba sentado. Caminaba de un lado a otro, algo que tal vez marque la patología de la enfermedad que lo aquejaba.La soledad tiene infinitos caminos y tal vez Lucas no sólo encontró su refugio en ella, sino el embudo donde se dejó caer para el peor final.Hoy los comunicadores mediáticos no pueden contar la vida de Lucas, como en su momento pasó con el hijo de Mirtha Legrand. No era portador de apellido, como el de su padre en la ficción. Vivía de los pocos pesos que recogía tocando la guitarra en los colectivos. Eso era Lucas. Un NN itinerante. Y así se fue. Sin nombre, ni afectos.Confundiéndose con la víctima de una despedida de solteros.Tan siquiera, ni en su soledad de postrado en la cama de un hospital, pudo balbucear su nombre y hasta se desfiguraron sus huellas dactilares, de tanto darle a la cuarta, como dice el folklorista José Larralde en sus poemas.Hasta su rostro desencajado, con ojos desorbitados y barba incipiente, hicieron que se borrara la fotografía de su pèdido de paradero. Y así, de la mano de su única compañera, la soledad, fue hasta la morgue, sin que nadie le ayudara desde los afectos, a pelear por la vida, en su momento de agonía.Tarde se dieron cuenta que no estaba.Nadie escuchó gritar a Lucas. Por eso eligió su destino de NN. Lo que se es en vida, nos acompaña hasta la muerte. Ya es en vano buscar culpables.