BENGALAS Y ROCANROLES
Por Jorge Joury
Aquello fue lo más parecido al infierno, en medio del humo venenoso. República Cromañón hoy es la tumba que habla. Tal vez los fantasmas de aquellos 194 jóvenes aún pululen en el lugar haciendo escuchar hasta que la memoria aguante, sus gritos desgarradores. Pero en los oídos de los desconsolados padres, el por qué los acompañará para siempre. Qué misteriosa y fatídica melodía hizo que esa noche de bengalas y rocanroles se escribiera la partitura más trágica de la historia. Hoy en los rincones oscuros del edificio desvencijado por las llamas en el barrio de Once, se halla guardada en color sepia, la más patética de las fotografías del espanto masificado. Todavía están marcadas en las paredes las manos desesperadas de aquellos chicos tratando de escapar del horror. Treinta de diciembre del 2004, fue el peor año en el almanaque de las 194 familias que ese día despidieron a sus hijos para ir a ver en vivo, lo que luego lo que luego se convertiría en un canto a la muerte: Callejeros.
Hoy las zapatillas chamuscadas por el fuego siguen siendo el mudo testimonio de la tragedia y sus huellas, están grabadas en el recuerdo de cada uno de los padres y hermanos. En República Cromañón todavía cuelgan del techo los cables quemados. En las paredes ennegrecidas del local aún están estampadas en trazos de fibrón rojo, los últimos grafitis que dejaron los chicos. Samu, Lili, Aníbal, Nadia, Néstor, Mati y vaya a saber cuántos más, le grabaron a fuego a Callejeros en su conciencia, el remordimiento de lo que debió haber sido “Prohibido”, como se titula coincidentemente, uno de los temas de la banda y terminó de la manera más trágica.. Los alambres que sostenían la media sombra en el local, que luego se convertiría en trampa mortal, aún aparecen desafiantes como filosas cuerdas que desafinan en el corazón golpeado del rocanrol. Ese fue el preciso momento en que los pulmones de cerraron y se escapó toda posibilidad de aire para aquellos jóvenes. Solo la asfixia inexorable los haría desplomar, para derretirse en el piso. Ese fue el día en que el Diablo decidió abrir el infierno más temido.
Mochilas, llaveros y barandas teñidas aún con la sangre seca de aquellos inocentes, son hoy la fotografía que patentiza el desbande incontenible de los que bajaban alocadamente por las escaleras, pisando cadáveres. Hasta aquí, el relato descarnado de lo que no hubiera querido escribir, pero hubo que hacerlo sólo con el ánimo de que la memoria no se apague. Hoy en Cromañón ya no está el humo gris con olor a ácido que en aquella noche lúgubre descendió del techo como un puño ciclópeo. Tampoco está la pila de casi dos metros formada por los cuerpos sin vida de quienes trataron es escapar de la pesadilla. Hoy el silencio se apodera de los espíritus y hasta la puerta de dos hojas permanece cerrada, como aquella noche. Allí golpeó con toda la angustia la avalancha humana. Pero ni siquiera la fuerza de los cuerpos entrelazados lograron derrumbarla. Llave en mano, la justicia la abrió con su veredicto. Tal vez no sea seguramente el último capítulo de esta historia. Vendrán las quejas y las apelaciones. Pero lo cierto de un resarcimieto que nunca alcanzará para devolver a la vida a aquellos 194 chicos que aquel espantoso 30 de diciembre del 2004, vieron como se apagaban sus vidas de la manera más inexplicable…
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