El pañuelo negro de Bonafini
Por Jorge Joury
A contramarcha de la realidad y de las miles de personas que despidieron al ex Presidente Raúl Alfonsín, la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, inexplicablemente cometió el mayor de los exabruptos. Acusó al líder radical de apoyar "el terrorismo de Estado" y convocó a repudiar a quienes participaron de los actos.
Fuera de toda sintonía con la realidad y extrañamente, de quien viene del sufrimiento y de librar batallas heroicas contra la dictadura en defensa de los derechos humanos, Bonafini dejó la sensación ante la opinión pública de estar viendo otra película, como si el principal protagonista fuera el teniente general Jorge Rafael Videla.
Dijo que "vimos a grandes hipócritas llorando y hablando de él como si fuera San Martín. Yo, desde la Plaza, quiero hablar con mucho respeto por la familia, pero esa gente que hizo 16 cuadras de cola no sabe que para Alfonsín éramos una mala imagen", dijo Hebe de Bonafini.Tal vez Bonafini olvidó que la propia Estela de Carlotto y Graciela Fernández Meijide, que junto a ella dieron tantas vueltas a la plaza de Mayo con aquellos históricos pañuelos blancos, exaltaron con dolor la figura del líder radical, lo mismo que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, su propio esposo, los lideres sindicales y todo el arco político, que estrechó filas detrás de una figura que fue por la paz y por la vida, como tantas veces lo recalcó desde todas las tribunas.
En la más absoluta soledad, Bonafini fue la única voz que se alzó en contra de la figura del líder radical y, lejos de identificarlo como un personaje clave en la reinstauración de la democracia, dijo que Alfonsín "defendió el terrorismo de Estado"."Les quiero decir que para Alfonsín las Madres éramos una mala imagen, y nos mandó a desalojar la Plaza y nosotros los echamos a ellos. Alfonsín nos quiso echar de la Plaza", agregó.
Justamente en tiempos de concordia, cuando los argentinos, sin banderías nos reencontramos el 2 de abril con la posibilidad de reabrir una etapa de diálogos y de consensos, la líder social criticó en Alfonsín, el juicio a las juntas militares, porque dijo que fue "muy selecto" y que no quisieron "tocar a las multinacionales". Bonafini tal vez no sepa que el ex mandatario, antes de asumir los destinos de la Nación, no claudicó nunca en defender a militantes que luchaban en la clandestinidad contra la dictadura. El radicalismo también tuvo sus mártires, como Sergio Karachof, Mario Amaya y Miguel Arédes, entre otros muchos.
Es probable que Bonafini haya borrado de su memoria que fue Alfonsín quien sentó a los comandantes de las ex juntas militares ante un tribunal que los condenó, en un hecho inédito y reconocido mundialmente, tal vez comparable aunque con otras características, al juicio de Nuremberg, contra los ex jerarcas nazis.Bonafini, quien usó la vestimenta de un político en campaña, de pobre raigambre y con golpes bajos, sobre todo de quien viene, fue mucho más allá.
"No nos equivoquemos, Alfonsín no es un héroe. Además, perdonó a todos los asesinos que caminaron por este país todo el tiempo que quisieron", dijo.Y como si ello no bastara, apuntó también contra las miles de personas que se congregaron en las calles para participar del último adiós al líder democrático: "es verdad que había mucha gente, pero no había ni pobres ni trabajadores. Era una movilización de clases altas y medias, de conchetos que siempre salen para estas cosas”. Frenética como pocas veces se la vio, luego lanzó su “más grande repudio para todos los hipócritas que lo fueron a aplaudir".
Bonafini ofendió no sólo a la clase media, que tenía todo su derecho a homenajear a uno de los padres de la democracia, sino que lo hizo también con toda la dirigencia política, con los militantes y trabajadores que ganaron las calles.
La hipocresía no mueve más de cien mil personas, sino es por su propia voluntad. Es la misma expresión y vocación por defender la democracia, que tuvo aquella muchedumbre en la tensa Semana Santa, cuando desbordó la Plaza de Mayo para defender a un gobierno democrático. Y allí estaba el pueblo, radicales, peronistas, socialistas y todas las expresiones de un sentimiento generalizado de las libertades que Alfonsín supo defender para enfrentar a los carapintadas y decir desde los balcones que “la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”.
Llama poderosamente la atención, de que quien viene del camino de la sangre y del sufrimiento, se haya alejado tanto de los sentimientos populares como para subestimar la voluntad de un pueblo que fue a despedir a un hombre de honor, con todos los honores que se merecía. A un hombre, que como pocos, entró pobre y salió pobre de la política y que tuvo la hidalguía de renunciar, para que nadie tuviera la osadía de ir a golpear nuevamente la puerta de los cuarteles, como tantas veces ocurrió.
Lo que Bonafini no podrá evitar es que el funeral de Alfonsín, pasará a la historia como el de Irigoyen, el de Perón y Evita y que el sentimiento de un pueblo no tiene clases sociales.
El que se fue, es un político de raza con el atributo de que Dios y la Patria no podrán demandarle nada. El tiempo de las intemperancias, se está acabando y los argentinos ya no queremos más rencores. Aunque la memoria siempre debe estar en lo más alto para honrar a nuestros muertos, no debe tergiversársela, porque lo incuestionable, siempre será la verdad .Será la justicia la que se encargará de poner las cosas en su lugar en lo que queda por juzgar, a su debido tiempo. Pero por sobre todas las cosas, resguardemos las instituciones y démosle al pueblo la posibilidad de que se exprese como quiera. Los trapos sucios no sirven para secar las lágrimas, porque contaminan…
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