domingo, 26 de julio de 2020

La hora de que Alberto sea Fernández y evite que a diario le rayen el auto

Para la batalla que está por llegar, con el desafío de ponerse a remar en la reconstrucción de un país devastado por la pandemia, el Presidente deberá inaugurar una era de consensos y aplanar de manera inmediata la curva ideológica dentro de su propio espacio.



La declaración de Alberto Fernández al diario Financial Times señalando que no cree en los planes económicos sorprendió a los especialistas y paralizó al mundo de las finanzas. Esas palabras del Presidente pueden agravar los problemas de credibilidad y expectativas que enfrentan el gobierno y la economía argentina. Más aún, en un momento complejo como el que estamos pasando, ante un shock histórico, sin precedentes, de alcance mundial. Pero además la Argentina arrastra problemas propios como recesión, una década de estancamiento, dificultades monetarias y fiscales. Resolver una situación así es muy difícil si no se delinea un conjunto de instrumentos y objetivos, una política y un programa económico claros. 
De fondo, preocupa el escenario: a una crisis sanitaria compleja se adiciona casi 50% de pobreza, indigencia; más de 5 millones de trabajadores formales afectados por despidos, suspensiones y recortes salariales; al menos 35 mil comercios que han bajado sus persianas en estos 120 días.
Lo que viene será largo y tal vez para salir del pozo, sobre todo con los niveles de pobreza que asoman, hasta haga falta fijar políticas de Estado a largo plazo, que sean respetadas por los próximos gobiernos.
Acaba de empezar una nueva etapa en la vida de todos los argentinos. Después de cuatro meses, comienza a descongelarse la vida económica y social, pero también la cotidianidad política.
Para la batalla que está por llegar, con el desafío de ponerse a remar en la reconstrucción de un país devastado por la pandemia, el Presidente deberá inaugurar una era de consensos y aplanar de manera inmediata la curva ideológica dentro de su propio espacio. Es evidente que el sistema político está crujiendo frente a contradicciones y debilidades en lo más alto del poder. Cuando más necesidad de mesura y razonabilidad se requiere, más virulencia aparece en los mensajes de cierta dirigencia. Pero lo que más conmovió en los últimos días fue el inédito cruce entre el Presidente y su vice. Tan contundente y real fue que ninguno de los dos intentó desmentirlo. Alberto Fernández se enfrenta hoy a un momento bisagra de su mandato, en el que debe decidir cuál será el carácter definitivo con el que se recordará su gestión. Ante todo, debe cuidarse de no parecer débil. Más aún en este momento tan sensible, donde su liderazgo ha quedado perforado por una sociedad empobrecida y con la lengua afuera, que ya no acata cuarentenas.  
Tendrá que empezar a mostrar quien es. Si es el que llama “miserables” a los empresarios, o es quien los convoca a la Quinta de Olivos para pedirles una mesa de diálogo. El que se deja interpelar por Víctor Hugo Morales sobre Venezuela. O el que acepta que Hebe de Bonafini le raye el auto. Si es el que  presenta la expropiación de Vicentín como un salvataje hacia la sociedad o es quien luego retrocede para abrir un canal de diálogo entre la provincia de Santa Fe y la empresa.
Algo más contundente fue Adelmo Gabbi, presente en la controvertida postal del Día de la Independencia. Además de aclarar que él nunca “secuestró a nadie ni dejó de pagar un sueldo”, el presidente de la Bolsa de Comercio le pidió al Presidente que “maneje la lapicera”. Eso significa tomar el timón del barco con firmeza. Alberto no puede ser Presidente y jefe de Gabinete a la vez, para responderle a todos. Para eso están los ministros.
No puede salir el titular de Defensa, Agustín Rossi a decir: "hay que bancar a Alberto". Eso es un signo de debilidad, más cuando han transcurrido solo 8 meses de gestión.  
El clima de alta verborragia y con tantas marchas y contramarchas en la gestión, está poniendo en duda el liderazgo presidencial. Deberá comprender AF que no lo votaron para que decida al calor de los sondeos de opinión pública, ni del fuego amigo, sino para que ejercite de la manera más adecuada el poder de la lapicera que le confirió la ciudadanía. 
Con la oposición también dividida y carente de liderazgo, Alberto Fernández debería aprovechar el momento para empezar a tapizar con su estilo dialoguista el camino para encarar con consensos las reformas que deberá tomar para enderezar el barco de la economía que hace agua peligrosamente.
Recuerdo que cuando Néstor Kirchner asumió el poder, rápidamente se sacudió el polvo de quienes sospechaban que era el "chirolita de Duhalde". Para Fernández no es tán fácil, porque integra una coalición que si se rompe volverá inexorablemente a morder el polvo de la derrota. Pero hacerse respetar y dar pasos firmes, sin tener que pedir disculpas a cada rato, termina siendo liderazgo.
No es bueno que Alberto Fernández haya recibido en los últimos días una verdadera andanada de críticas de exponentes de su propio espacio. No se domestica de esta manera a un jefe de Estado, sino que se lo pone en tela de juicio.
La que viene será una crisis de profundidad insondable y la recuperación llevará mucho más tiempo que el del actual mandato presidencial. Habrá que construir políticas a largo plazo, ya que se proyecta una caída de la economía del orden del 13 %, una pobreza de casi el 50%, un desempleo superior al 20% y un déficit cercano al 7%. En algún momento el dique de contención se va a romper y vamos a saber cuánta agua nos entró. 
Además de un plan económico, hace falta un gobierno que genere confianza. El país necesita una hoja de ruta para poder atraer inversiones y recuperar el valor de la moneda.
Otro tema a tener en cuenta es que cada vez que el Presidente reitera que "nunca más" lo van a ver peleado con Cristina, la pregunta que queda flotando es si va consentir a la vicepresidenta en todo lo que ella pretenda. Concretamente, hasta a dónde llegará la influencia de CFK en las decisiones económicas.
Hoy ya no hay chance de volver a una Argentina partida. Todos sabemos cual es el final de la película. Nadie se animará a invertir en un país en el que la norma es el cambio permanente de reglas o en el que los jueces son usados como armas de castigo y los funcionarios siempre están a tiro de ir a la cárcel cuando dejen el poder. Con casi medio país en la pobreza, no hay sociedades que hayan salido de esa agonía sin consensos políticos y económicos, sin acuerdos básicos de convivencia. El Presidente tiene que volver a ponerle tinta a su lapicera y comenzar a escribir el futuro con trazo firme. Tiene que tomar el timón y demoler cualquier sospecha de doble comando. No debe permitir que le rayen el auto a diario. No habrá albertismo político, si no hay proyecto albertista. En tanto, los líderes políticos deben asumir la gran oportunidad de representar el instinto de supervivencia de una sociedad al límite, agotada de tanto fracaso.

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