viernes, 5 de diciembre de 2008

LA HISTORIA SECRETA DE UN LIDER SINDICAL CONTADA POR UN PERIODISTA QUE LO CONOCIO

EN EL NOMBRE DEL PADRE

A 35 años del asesinato de Rucci


Hoy su hijo sale a buscar justicia

Por Jorge Joury (De la redacción de Infosur)




Tuve la oportunidad de conocer a José Ignacio Rucci, cuando era titular de la CGT, allá por el año 1972. Compartí con él charlas. Tuve el privilegio de ser testigo del retorno del general Perón al país, en aquella mañana lluviosa en Ezeiza, cuando el líder sindical resguardó con su paraguas al emblemático líder, apenas descendido del avión. Esas consideraciones, de una historia íntima, ayer volvieron a recrearse en una fotografía del pasado, cuando por la mañana le escuche decir a su hijo, Aníbal que
se presentará como querellante en la causa por el asesinato del legendario sindicalista.
El pasado siempre vuelve, sostienen la mayoría de los historiadores. Y es bueno que así sea, para que la justicia sea para todos. A Rucci tal vez se lo pueda impugnar por algunos de sus comportamientos o metodologías, de los años de plomo, los más sangrientos de la república, pero lo que no se puede negar, que fue un soldado incondicional del general Perón y tuvo la visión de ver un horizonte sangriento en el cielo rojo de aquellos tiempos de de desencuentros entre los argentinos. El propio Hugo Moyano pidió en las últimas horas que el asesinato de Rucci sea considerado de lesa humanidad. Todo un llamado de atención, que puede remover otras causas sepultadas en el olvido.


EN EL NOMBRE DEL PADRE
Ayer a la mañana me quedé perplejo cuando escuché a Aníbal Rucci, hijo de José Ignacio, anticipar por Continental, que se presentará como querellante en la causa.
En el programa Magdalena Tempranísimo, se mostró confiado en que “la Justicia develará” quién asesinó a su padre.
También se despegó de las declaraciones de su hermana, que “en un programa de televisión” adjudicó el crimen a la organización Montoneros.
“Unos dicen que fueron los Montoneros, otros dicen la Triple A, otros dicen la CIA”, matizó.
“Como la Justicia está develando todo lo que sucedió con los desaparecidos, lo va a poder hacer con Rucci”, se esperanzó.
“La causa prescribió a los diez años, como toda causa. Ahora (si se confirma que fue un crimen de lesa humanidad y por lo tanto, no prescribe) me voy a presentar como querellante”, confirmó.
Por último, se encargó de aclarar que “el compañero Moyano no acusa a Montoneros.

JUSTICIA PARA TODOS

Moyano fue más allá y sostuvo que “si la Justicia no lo es para todos, no es justicia, es parcial”. Dijo que el crimen en el que murió José Ignacio Rucci, perpetrado por guerrilleros, fue contra Juan Domingo Perón. Claudia, hija del metalúrgico asesinado en 1973, y no tardó en mostrar su agradecimiento al gesto de Hugo Moyano
El asesinato de Rucci ocurrió en 1973, y la CGT considera que aún no hubo Justicia en el caso. En ese marco, el titular de la central de los trabajadores, Hugo Moyano pidió ayer que se considere ese homicidio cometido supuestamente por Montoneros como un crimen de lesa humanidad.
De esta forma, el sindicalista renovó el debate sobre si juzgar o no de esa forma a los delitos cometidos por facciones terroristas antes y durante la dictadura militar en la Argentina. Moyano se mostró “totalmente de acuerdo” con juzgar la muerte de los sindicalistas Rucci y Augusto Vandor.

EL RUCCI QUE CONOCI

José Ignacio Rucci, nació en Alcorta, provincia de Santa Fe, el 15 de marzo de 1924 y fue asesinado el 25 de septiembre de 1973, durante una encerrona de un grupo terrorista.
Allá por 1972 me tocó entrevistarlo, en la propia sede de la CGT. Rucci ya estaba amenazado de muerte, es más, creo que sentenciado. Era casi de noche. Después de identificarme como periodista, un hombre corpulento, casi sin cuello, que medía más de 1,90 me condujo por los oscuros pasillos de la central obrera, donde hubo que sortear varios puestos de vigilancia, con hombres de porte similar, portando ametralladoras. Debo reconocer que sentí miedo. Se respiraba miedo. El país, tenía miedo. Todos éramos rehenes de una situación de violencia desbordante.
Después de un largo periplo, hasta donde me palparon de armas, entré en un pequeño despacho. Sobre una de las paredes había un cuadro del general Perón, montado sobre su caballo pinto. Me sirvieron un café. “José ya viene”, dijo uno de sus custodios. Fueron los minutos más interminables de mi vida. Iba a conocer al por ese entonces, sindicalista más poderoso de la Argentina.
De pronto la puerta se abrió y apareció aquel diminuto personaje de bigote fino, enfundado en su típica campera de cuero negra. Venía comiendo una manzana y me dio un apretón de manos. Se sentó en su sillón de cuero giratorio y pidió permiso para colocar sus piernas sobre el escritorio, dejando ver sus botas.
“Si te viera así el general”, dijo el custodio que presenciaba la conversación.
“Al general lo único que le interesa son las lealtades”, contestó Rucci, justificando su postura.



“QUIEREN CAGAR A PERON”
Rucci era una persona fácil de entrevistar. El se preguntaba y contestaba lo que uno quería saber.
Voy a reproducir sólo algunos conceptos de esa entrevista, que transparenta de pies a cabeza, como veía ese líder sindical, el país que venía.
“Sabés lo que pasa pibe, estos que llegaron y se dicen peronistas (por las organizaciones terroristas), quieren cagar al general. Apuntan a quedarse con el poder. Y eso no lo vamos a permitir, porque el movimiento obrero ha sido y será la columna vertebral y el sostén de nuestro líder. Se lo transmití a Perón. Pero el dijo que por ahora había que dejarlos, que eran jóvenes que todavía tenían que madurar y llegaría el día en que comprenderían los espacios que hay que respetar y que ha marcado la historia de nuestro movimiento”.
Rucci se toma un tiempo de reflexión y vuelve al ataque.”Hoy hay una mezcla muy extraña, por un lado está López Rega, (otro cagador), por otro estos muchachos y en el medio nosotros, los que vamos a salir a la calle a defender a Perón, si alguien quiere tocarlo. Yo sé que lo que dijo me llena de enemigos, pero primero está el movimiento y después los hombres”. Agregó.


SIN DOMICILIO FIJO
“Fijate como están las cosas que el propio líder de la CGT (por el), hoy no tiene domicilio fijo. Tengo que vivir un día en un lugar distinto, porque afuera están haciendo cola para matarme. Pero aún ni muerto, van a silenciar al movimiento obrero. Habrá otros, que no son los “zurdos”, que levantarán por mí las banderas de Perón y Evita”.
¿Zurdos?, pregunté…
“Sí, son los que quieren quedarse con el poder. El peronismo es un movimiento nacional y popular, donde esta gente no tiene espacio”, sentenció.
Aquella noche me fui de la CGT con la sensación de que Rucci no iba a bajar la guardia y por lo tanto, sus días estaban contados. Después de su asesinato me pregunté cómo, según las propias palabras del sindicalista, nadie sabía dónde dormía, como le tendieron esa trampa mortal.



AQUEL DIA LLUVIOSO
No me quedaron dudas de que Rucci era un soldado incondicional de Perón. El día del retorno del general a la Argentina, fui un testigo privilegiado de la historia en estar presente. Caía una persistente llovizna cuando Perón bajó por las escalinatas del avión y el primero que se acercó a protegerlo con su paraguas, fue Rucci. Esa foto fue emblemática y recorrió el mundo. Pero más allá de ello, hay que hacer otro tipo de lectura. El paraguas era ni más ni menos, que la protección del movimiento obrero hacia su líder histórico. El asesinato de Rucci, más allá de las fantasías que se tejen, pegó duro en el deteriorado estado de salud de Perón.
Hugo Curto, hoy intendente de Tres de Febrero, fue tesorero de la UOM y amigo personal de Rucci. Un día compartiendo un almuerzo con él, con lágrimas en los ojos lo definió como “un hermano, un luchador inclaudicable, un dirigente que dio la vida por Perón. Para mí, es Dios”.
Manuel Quindimil, otro de los emblemáticos intendentes un día me confesó en una charla íntima que el ayudaba económicamente a su viuda “porque la habían dejado en Pampa y la Vía. Rucci era un peronista de ley”, me dijo



La guerra con Tosco

Juan Ignacio Rucci en 1946 comenzó a formarse en la tarea sindical. Comenzó a cobrar relevancia luego de la autodenominada Revolución Libertadora que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón en 1955, como miembro activo de la llamada Resistencia Peronista. Tras el nacimiento de la 62 organizaciones, rama política de la CGT, comenzó a escalar posiciones rápidamente junto a Augusto Timoteo Vandor dentro del movimiento sindical.
De ese modo, habiéndose desarrollado como dirigente gremial en la poderosa fábrica siderúrgica SOMISA, de San Nicolás de los Arroyos-Ramallo; en 1960 asumió la Secretaría de Prensa de la UOM (Unión Obrero Metalúrgica), acompañando a Vandor, Paulino Niembro, Avelino Fernández y Lorenzo Miguel, y en 1964 fue designado interventor en la seccional San Nicolás, donde luego fue secretario general. Mantuvo una fuerte polémica con Agustín Tosco, con solicitadas en los medios. Tosco representaba una posición más combativa y de izquierda . Tosco consideraba que nada ni nadie podía sustituir a las asambleas, ellas eran superiores a los cuerpos directivos, y que la lucha no debía darse únicamente por las condiciones salariales. Podría calificarse a su ideología como antiimperialista, antipatronal y antiburócrata. Su lucha contra la llamada burocracia sindical era constante. Por esto uno de sus enemigos más notorios fue José Ignacio Rucci. Tosco declararía sobre éste: "Rucci y sus discípulos son prisioneros por sus compromisos con los detentadores del poder, presos de la custodia que les presta el aparato policial; presos de una cárcel de la que jamás podrán salir: la de la claudicación, indignidad y participacionismo". Tosco y Rucci tuvieron varios cruces mediáticos.




AQUEL MEDIODIA SANGRIENTO

En 1970 Rucci logró el cargo de secretario general de la CGT y desde allí fue uno de los impulsores del regreso de Juan Domingo Perón al país. Cuando esto se produce en noviembre de 1972, circunstancialmente bajo una fuerte lluvia, Rucci fue quién sostuvo el paraguas para proteger a Perón de la lluvia en una imagen repetidamente difundida por los medios.
A principios de septiembre la organización Montoneros comenzó a discutir la posibilidad de matar a Rucci. Por casualidad la FAR había descubierto a Rucci en el momento de salir de una casa en la calle Avellaneda 2953, del barrio de Flores, en la Capital Federal.
Roberto Perdía contó que después de la masacre de Ezeiza se reunió con Lorenzo Miguel: “Lorenzo explicó que el sindicalismo no había tenido nada que ver con la masacre: de hecho, sus militantes al igual que los nuestros, acudieron a recibir al General armados con palos, cadenas y algunos «fierros» cortos, sin otro ánimo de enfrentamiento más allá de los tumultos ocasionales que pudieran producirse debido al indeseado pero estrecho contacto al cual nos obligaba la movilización. A partir de este encuentro, entre montoneros y sindicalistas, se integró una comisión no sólo destinada a prevenir potenciales enfrentamientos sino, además, para llegar a acuerdos políticos entre ambos sectores.
No obstante, a partir de los hechos de Ezeiza del 20 de junio existían en la organización dos maneras de analizar la realidad, que decantaron en dos sectores internos: "movimientistas" y "militaristas"
El asesinato de Rucci marcó el predominio político del sector militarista dentro de la conducción montonera, que en ese momento estaba integrada por ocho miembros. De ellos, cuatro (Firmenich, Hobert, Perdía y Yager) provenían de Montoneros. Tres (Quieto, Roqué y Osatinsky), de FAR. Y, por último, Horacio Mendizábal, de Descamisados. No existe confirmación de que “orgánicamente" la totalidad de la conducción haya autorizado la ejecución. Algunas versiones afirman que Roqué tomó la decisión por sí.
Cuenta la historia que Roqué se instaló en un departamento de barrio de Floresta, Juan B. Justo 5781, a diez cuadras del domicilio de Rucci y mandó traer al departamento las armas necesarias para el operativo: las llevó Gustavo Laffleur, camufladas como máquinas de coser Knittax y en un auto oficial del gobierno de la provincia de Buenos Aires. Roqué convocó al equipo operativo, nueve combatientes, la mayoría provenientes de las FAR.
Pero no había acuerdo general sobre la oportunidad ni la necesidad política del operativo. El gordo Fernando Saavedra había sido designado inicialmente como jefe del mismo, pero las versiones mencionan que se oponía por razones políticas y a propósito se rompió un tobillo una semana antes para no participar.
A las 12.11 del 25 de septiembre de 1973, el grupo conducido` por Roqué asesinó a Rucci cuando éste salía de la casa de calle Avellaneda 2953 en el barrio de Flores.
Posteriormente, cuando en Montoneros conocieron (por los medios de difusión) que el dirigente obrero peronista tenía 23 impactos de bala, denominaron a la operación “Operativo Traviata”, porque el comercial de las galletitas Traviata decía: “las de los veintitrés agujeritos”.
POR SEPARADO

UN GRAVE ERROR POLITICO

El asesinato de Rucci conmovió los cimientos de la República. Juan Domingo Perón lloró por primera vez en público y dijo: “Me cortaron las patas...”
Carlos Hobert, el “Pinguli” uno de los dirigentes de Montoneros más antiguo y respetado, se enteró del asesinato de Rucci por la radio.
Juan Carlos "El Canca" Dante Gullo estaba haciendo antesala en la casa de Gaspar Campos para reunirse con Perón. Alguien, un tal Esquerra, entró a la pieza donde el Canca esperaba y gritó: “Asesinaron a Rucci”. En ese momento, el Canca pensó (y lo contó después): lo mató la CIA.
El Barba Gutiérrez –dirigente de la Juventud Trabajadora Peronista en los años setenta y dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica en el 2002- decía suponer que Rucci había sido asesinado por la CIA.
Sin embargo, la autoría de Montoneros fue reconocida años después extraoficialmente por la Conducción de la organización, e inclusive asumida por la mayoría de los sobrevivientes como un grave error político.

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