martes, 5 de junio de 2018

En el Día del Periodista, hay mucho para contar detrás de los medios...

Si bien el 7 de junio se conmemora el Día del Periodista, por el nacimiento de la Gaceta de Buenos Aires, el momento es muy adecuado para algunas reflexiones. Los periodistas somos relatores permanentes de la realidad. No obstante, en esta fecha siempre aparecen los que se santifican con sus discursos recordando la figura de Mariano Moreno.Y está bien que lo hagan, porque el pasado siempre es más digno que el presente. Pero también es cierto que deben comprometerse con otras causas vigentes que lastiman la piel de nuestra profesión. Como por ejemplo, deberían difundir de manera permanente que hay cientos de colegas que quedaron en la calle por la ola de despidos en diversos medios estatales y privados. 



Tampoco es posible leer en los principales diarios del país, que poco a poco van desapareciendo fuentes de trabajo en la prensa escrita, radial y televisiva. Claro, cada empresa pone atención en el juego de la supervivencia y hace espíritu de cuerpo, sin mirar a los que quedan en el camino. Es la ley de una selva, donde en todas las épocas los periodistas seguiremos siendo la variable de ajuste de los grandes grupos, sobre todo de los que se llenaron los bolsillos con la pauta publicitaria estatal, a cambio de ser complacientes y poner bajo la alfombra escenarios poco gratos para el paladar de los gobernantes de turno.
Nuestra realidad es compleja, como en todos los oficios. Pero este es el más competitivo y hay que pararse bien, haciendo un sano equilibrio. Hay dos clases de periodistas. Por un lado, están los que pertenecen a la raza de los trepadores. Y por el otro, los que prefieren defender su honor y asumir los riesgos de un camino más espinoso. 
Tuve el orgullo de que la vida me puso en el lugar de conducir redacciones en gran parte de mis 50 años en la profesión. Los que me conocen saben que nunca claudiqué en defender los derechos de quienes me acompañaban, aún discutiendo  mano a mano con los dueños .En algunos casos me topé con situaciones límite y me fui paladeando la sensación amarga de que en algún momento me bajarían el pulgar. 
Tuve un faro importante que me alumbró. Fué la convicción que "el triunfo y el fracaso deben ser tomados como dos impostores", como afirmaba el escritor y poeta inglés, Rudyar Kipling. Para encarar esta profesión, es necesario tener siempre los pies sobre la tierra y no tomar altura por los cantos de sirenas, porque la caída es siempre más que dolorosa. Creérsela, es una manera de firmar la propia sentencia de muerte. Para "durar" como sostenía un veterano colega, debemos asumir que no somos otra cosa que un número dentro de las empresas. Pero eso no invalida que nos puedan cercenar la capacidad de pensar y opinar.
Otro amigo que ya no está en el mundo terrenal, solía aconsejarme sin anestesia en mis primeros años de rodaje de la siguiente manera : " mirá pibe, debés tener en claro que al final del camino nos van a medir en centímetros de columna. Será cuando llegue el momento de escribir nuestra necrológica. Tanto les serviste o no, la columna será más o menos larga. En definitiva, no somos más que un número".
Decía don Arturo Jauretche para definir la mecánica de los grandes diarios: "aparentan estar defendiendo la libertad de expresión cuando en realidad no hacen otra cosa que promover sus intereses económicos y los de sus anunciantes".
Es tan cierta la reflexión, que en muchas ocasiones me advirtieron tener cuidado con tal o cual tema, porque representaba el interés de la empresa en materia publicitaria. Eran los momentos más ingratos. Allí me debatía de que manera podía esquivar el látigo implacable de la censura. No obstante, siempre me banqué esos golpes en soledad y no los transmití en voz alta, aunque muchos me vieron putear sin saber por qué.
Para no ofender la tarea de quien se estaba ocupando de casos sensibles, les murmuraba a tono de broma : "hay que ser cuidadosos, porque son amigos de la casa". Era preferible utilizar esa figura irónica y no tacharles frases de sus crónicas.
Tengo para comentar casos concretos de luces rojas que fueron apareciendo en mi camino. Un día coloqué en tapa un título muy crítico hacia el Presidente, que por aquel entonces era Carlos Menem. El dueño me llamó a su despacho. "Mirá que yo no quiero pelearme con Menem", disparó. Era una forma encubierta de decirme que no debía meterme más en esa cancha.
También me tocó asistir a varios foros, donde los dueños de los medios se golpeaban el pecho en su afán de mostrarse en firmes defensores de la libertad de prensa. Nada más engañoso que escuchar esas voces de los paladines del periodismo "independiente”. Llegué a la conclusión que  lo que se autodenomina “prensa libre” no es tal, sino que está condicionada por intereses comerciales. Por eso hoy comienzan a tomar protagonismo muchos pequeños sitios de internet que bregan por hacer conocer la información que se silencia en los grandes medios.
En mi extenso peregrinar por las redacciones, me he topado con muchas situaciones incómodas. Principalmente, por dar a conocer mi punto de vista descarnado sobre el papel de los medios. 
Recuerdo por ejemplo que durante el primer tramo de la aparición del diario Página 12, uno de los empresarios del grupo me preguntó por qué ese diario se estaba convirtiendo en un fenómeno editorial en los kioscos. Le respondí sin meditarlo: "porque recién salen a la calle y aún no tienen compromisos publicitarios. Comentan la realidad tal cual es", aseveré. Me costó un dolor de cabeza y tuve que meter violín en bolsa ante otra repregunta inquisidora del dueño : " ¿A usted, alguna vez lo censuramos?".
A medida que fueron pasando los años, algunos medios fueron dejando de lado la ideología y se convirtieron en fábricas de dinero. Usaron la estrategia de torcerle la mano al poder de turno a cambio de obtener buenos dividendos. Es común escuchar en las reuniones de altos mandos: "hay que pegarles para que suban la pauta". En ocasiones más extremas, se usa la palabra "hay que matarlos". Es el peor momento de pobreza de pensamiento editorial, cuando irrumpe la figura encubierta de la extorsión.
También hay que decir que más allá del Estado benefactor, las grandes corporaciones multinacionales, también son los principales anunciantes de los medios de comunicación. Eso provoca una dependencia que termina torciendo el camino de la verdad. Ese sector sabe que los diarios no pueden subsistir exclusivamente con la venta de ejemplares y deben recurrir a los anuncios para obtener una ganancia que les permita el equilibrio financiero. Precisamente este factor los condiciona seriamente de tal manera, que bajo ningún concepto pueden informar sobre cuestiones que puedan perjudicar a los anunciantes. 
Jauretche definió en sus zonceras, varias relacionadas con este tema. Una de ellas colocó su broche de oro en el denominado “Cuarto poder”. Anticipándose a lo que hoy se ve con total nitidez, solía reflexionar que "en realidad que el periodismo es el primero,  pero que no tiene nada que ver con la libertad de prensa y si con la libertad de empresa".
Sus palabras hoy cobran notable vigencia. "El cuarto poder está constituido en la actualidad por las grandes empresas periodísticas que son, primero empresas, y después prensa. Se trata de un negocio como cualquier otro que para sostenerse debe ganar dinero vendiendo diarios y recibiendo avisos. Pero el negocio no consiste en la venta del ejemplar, que generalmente da pérdida: consiste en la publicidad. Así, el diario es un medio y no un fin, y la llamada “libertad de prensa”, una manifestación de la libertad de empresa a que aquella se subordina, porque la prensa es libre sólo en la medida que sirva a la empresa y no contraríe sus intereses”.
No obstante el color oscuro de la tinta, hay diarios que han preservado su historia y debieron dar grandes luchas con el poder. A esos no les caben reproches en esta crónica. Difícilmente el lector pueda leer este pensamiento en algún diario de los que enarbolan aún el envejecido concepto de "prensa libre". Algunos pidieron perdón por haber sido condescendientes con la dictadura militar. Pero aún nadie ha hecho un mea culpa del verdadero papel que jugaron en las épocas más duras donde las libertades eran cercenadas. Menos lo harán en el Día del Periodista. A la prensa se la defiende siendo de una sola manera y no pareciendo lo que no se es.

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