lunes, 1 de julio de 2013

A 39 años de un hecho histórico: después de Perón, el diluvio




 
Por Jorge Joury


Por las características meteorológicas, el primero de julio de 1974 no se parecía en nada a un día peronista. Amaneció nublado y los partes médicos anunciaban el final del hombre que había manejado la política argentina desde 1945. Esta vez era cierto, se moría Juan Domingo Perón. Era cuestión de horas. Recuerdo que poco después de las 8 de la mañana recibí el primer llamado telefónico en la redacción. Era el primer alerta y provenía de Hugo Flucha, que por entonces era secretario de Prensa de la Gobernación de Buenos Aires, durante la gestión de Victorio Calabró, sucesor deL doctor Oscar Bidegain, después de la intervención federal por los trágicos sucesos ocurridos en el Regimiento de Azul.

"Es un hecho que se muere el general. Está gravísimo. Estamos esperando la confirmación de la Presidencia, pero ya están preparando el funeral, porque de esta no sale".

A partir de allí empezamos a preparar la edición del diario. Por aquel entonces no había internet y todos éramos embajadores de la Olivetti. Había que remar entonces duro y parejo para escribir lo más posible y reflejarlo en la mayor cantidad de páginas, porque quien se estaba despidiendo del mundo era una de las figuras más emblemáticas del siglo XX y ni que hablar de la política argentina.

En la rica historia de este general que se supo ganar el cariño el pueblo, pero que también generó odios entre las clases más altas de la Argentina, que se sintieron invadidas de un populismo arrasador, hay muchas facetas para recorrer.

Tal vez haya que retrotraerse al año 1964 cuando Perón intentó regresar por primera vez a la Argentina. Cuenta la historia que el denominado “Operativo retorno”, producido el 1° de diciembre, incluía una comitiva de 16 personas que lo acompañaría desde Madrid. Pero el avión que lo transportaba, tras hacer escala en Río de Janeiro, fue obligado a retornar a España, fue la primera gran decepción de aquel hombre obstinado a regresar a la patria para ser "prenda de paz", como alguna vez sostuvo.

Luego transcurrieron siete años más para que el viejo líder carismático volviera a pisar tierra argentina. Pero esta su retorno, lejos de ser un fantasma que asustara a las clases dirigentes, se transformó en una salida política legitimada por una abrumadora mayoría que, tras 18 años de exilio, lo sostenía con mayor fuerza que nunca.

Perón regresó al país el 17 de noviembre de 1972, fecha en la que se celebra el Día del Militante, por la multitudinaria movilización que generó su retorno al país. Paradójicamente fue un día lluvioso. Pero ni siquiera el mal tiempo impidió el desplazamiento del pueblo, que a bordo de camiones y a pié a pié, supo como desbordar los retenes del ejército para llegar hasta las terrazas del aeropuerto.

Fui un testigo privilegiado de aquel episodio, porque me tocó cubrir la noticia para el diario CRÓNICA, en el que trabajaba en aquel entonces. Todavía recuerdo aquella postal histórica de José Ignacio Rucci, el por entonces líder de la CGT, sosteniendo su paraguas. Era todo un mensaje que por aquel entonces no leímos, pero que hoy sí comprendemos. El movimiento obrero iba a terminar convirtiéndose en el sostén del movimiento de masas más grande que se recuerde en el país. La patria vivía sus horas más trágicas, con una violencia de izquierda y de derecha y Perón sabía que el único que podía apagar el fuego era él.

Lanusse jugaba sus últimas cartas. Por entonces firmó un decreto de “residencia”, hecho a la medida de Perón, con la intención de excluirlo legalmente de los comicios del 11 de marzo de 1973. Pero lo que el dictador no contó, fue con la picardía política del peronismo que se presentó con la fórmula Cámpora-Solano Lima. Fue bajo el lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, con lo cual arrasó obteniendo el voto popular más alto de la historia. Perón, con el camino allanado, retornó entonces definitivamente al país el 20 de junio de 1973.

El viejo general, con su salud resquebrajada retornaba a la Argentina sabiendo que el momento político era casi terminal, sobre todo dentro de su propio espacio político, donde la derecha y la izquierda pugnaban por un lado, por "una patria peronista" y por el otro "una socialista". Precisamente ello originó que la llegada a Ezeiza del viejo general, se diera en el marco de uno de los enfrentamientos políticos más sobrecogedores de la historia contemporánea argentina. También por esas cosas del destino me tocó ser testigo de aquel momento dramático y lascerante. Ver como aquellos campos aledaños al aeropuerto, se convirtieron de pronto en un frente de batalla sangriento, donde la brutalidad y el odio superaban todos los límites.

Allí podríamos decir que las fracciones de la derecha y la izquierda peronista dirimieron por la fuerza el poder de sus aparatos, con un costo de vidas perdidas que aún hoy duelen. Fue un verdadero baño de sangre que obligó a Perón a bajar con el avión en la base aérea de Morón, porque su viga no estaba garantizada en medio de semejante infierno.

Después del triunfo de Cámpora, llegaron días difíciles para la democracia. Fue una presidencia de apenas 60 días, en el marco de un país en estado de movilización y al borde de un ataque de nervios, con fábricas tomadas y hasta rebeliones en las cárceles. Ya con los presos políticos fuera de las cárceles por una amnistía, posteriormente, las presiones políticas hicieron que Cámpora renunciará el 13 de julio de 1973, para convocar nuevamente a elecciones.

El último impedimento se cayó entonces a pedazos, y el viejo líder encontró el camino allanado para encabezar la nueva fórmula, Perón-Perón, acompañado por su esposa Isabel. Pero por aquel entonces el país se debatía en un clima volátil. Hay que destacar que a las divisiones internas del justicialismo, que luchaban por imponer su supremacía, se le sumaba la acción de numerosas organizaciones político-militares de izquierda que complejizaban el curso de la vida institucional. Y esto se daba no sólo por el alto grado de conflictividad que imprimieron en el ámbito estudiantil y sindical, sino también por las consecuencias de un enfrentamiento de aparatos entre las guerrillas, las fuerzas de seguridad y los escuadrones de ultraderecha y paramilitares, denominados como las Tres A.

La tarea no era fácil, pero parecía a la medida de Perón, un hombre con la suficiente muñeca y apoyo para manejar lo que parecía ingobernable. Fue así como en ese escenario, el 23 de setiembre de 1973, la fórmula Perón-Isabel se alzó con el triunfo comicial cosechando el 62% de los votos. Un referéndum excepcional y único. De esta manera, el líder histórico emprendería el 12 de octubre, su tercera y última presidencia, la que le costaría la vida por el sendero de amarguras que le tocó transitar y ya con los últimos hálitos de vida de una salud más que quebrantada.

Podríamos decir que contrariamente a lo pensado, y deseado, por los más diversos sectores sociales, económicos y políticos, el tercer gobierno de Perón estuvo signado por una conflictividad extrema. Toda la capacidad del líder apenas si pudo mantener unos pocos meses de expectativa, merced a su estrategia de “Pacto Social”, antes que los conflictos sociales, la crisis económica y el emergente guerrillero sumieran al país en un verdadero infierno. Perón ya tenía 78 años y era demasiado para este hombre desgastado por los años de exilio, soportar sobre sus espaldas el mantenimiento constitucional. Así fue, como en pocos meses la crisis desbordó hasta los límites de lo impensado. A tal punto que a Perón le tocoó enfrentar uno de los momentos más dolorosos de su vida, cuando el 1º de mayo de 1974 enfrentó a la Juventud Peronista y a las organizaciones guerrilleras en un acto público en la Plaza de Mayo, que concluyó con la expulsión de los “imberbes”, así llamó a los Montoneros y un apoyó explícito a la conducción sindical, acusada por los rebeldes de burócratas de derecha.

Esto marcó un antes y después en la política argentina, que derivó entre otras cosas en el asesinato de José Ignacio Rucci, hecho que se atribuyeron los Montoneros, una de las equivocaciones más imperdonables que tuvo este grupo guerrillero y que luego terminó siendo admitida por sus propios líderes.

Poco después, el 12 de junio, una vez más desde el balcón de la Casa Rosada, Perón se dirigió a una multitud que, una vez más, había respondido a su convocatoria. Hay que señalar que el país no era el mismo que aquel del decenio 1945-1955. Esta vez, un cristal anti balas se interponía entre el legendario líder y su pueblo. Esta postal se convirtió en todo un símbolo de los años que corrían. Fue así como, con la salud quebrantada, Perón se despidió de sus seguidores con las palabras más emotivas de su verba florida: “me llevo en mis oídos la más maravillosa música que para mí es la palabra del pueblo argentino”. El cuerpo de aquel hombre pasó factura y el 18 de junio su salud recayó gravemente y ya no volvió a levantarse.

El 1º de julio de 1974, hoy hace 39 años, pasaría a la historia como una de las fechas emblemáticas en la enciclopedia peronista. Se despedía del mundo una de las mayores figuras de la política mundial. Desde Mao, hasta De Gaulle, todos hubieran hecho cola para tomar un café con él. Los partes médicos alertaban sobre el inminente final para la vida del hombre que había manejado la política argentina a su antojo desde 1945. Dice el historiador Felipe Pigna que " para mucha gente era el hombre que había transformado la Argentina de país agrario en industrial, de sociedad injusta en paraíso de la justicia social. Para otros, menos pero no pocos, era un dictador autoritario y demagogo que terminó con la disciplina social y les dio poder a los “cabecitas negras”. Lo cierto era que la política nacional llevaba su sello y como bien decía él mismo, en la Argentina todos eran peronistas, los había peronistas y antiperonistas, pero todos tenían ese componente".

Lo cierto es que a las 13.15 de ese primer día de julio, yo tenía el diario hecho. Lo único que esperábamos era el comunicado oficial del gobierno, dando cuenta del deceso de PERÓN. Isabel, custodiada por el superministro López Rega, dio la infausta noticia: “con gran dolor debo transmitir al pueblo de la Nación Argentina el fallecimiento de este verdadero apóstol de la paz y la no violencia”.

Debo decir que después de componer en el taller esta escueta noticia, di la orden de poner en marcha las rotativas, pero con un dejo de tristeza. Es que la palabra del pueblo argentino, la maravillosa música, enmudeció aquel 1º de julio como un garrotazo en el sentimiento popular. Los periodistas por aquel entonces intuíamos que después de Perón, el diluvio. Pero nadie iba a imagina que la Argentina iba a convertirse en un país sangriento, con más de 20 mil desaparecidos. Además se ser un país de colas, donde los ricos las hacían para comprar dólares, los pobres para comprar fideos. No obstante ello, la muerte de Perón unió a la política. Ricardo Balbín, el líder radical tuvo palabras muy emotivas en el funeral en el Congreso de la Nación, cuando dijo que "el viejo adversarios venía a despedir al amigo".

Los rencores quedaron atrás y las calles se llenaron de lágrimas, flores y caras preocupadas. La frase más escuchada era “qué va a ser de nosotros”. Nadie se engañaba sobre los días que vendrían. La sensación de vacío político era proporcional al tamaño de la figura desaparecida. Isabel, su heredera política no estuvo a la altura de las circunstancias y los militares aprovecharon ese momento de debilidad, para escribir la página más sangrienta de la Argentina.

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