sábado, 6 de abril de 2013

El agua se escurrió en La Plata, pero quedó como residuo, la peor cara de la desidia y la impotencia






Por Jorge Joury

A casi cinco días de la catástrofe, La Plata mantiene aún la fisonomía de una ciudad abandonada. Si uno la cruza de punta a punta, como lo hice en las últimas horas, hay cientos de miles de montículos de basura en las calles, de por lo menos de entre 50 y 100 kilos cada uno. Quiere decir que si vuelve a llover en las próximas horas, la gente deberá persignarse pidiendo a Dios que no se reedite la tragedia que llegó del cielo con toda su furia. Si se pudiera con un gigantesco termómetro tomar la temperatura de un pueblo, seguramente estallaría de bronca e impotencia, porque encima de que faltaron reflejos rápidos para poner en marcha el operativo de socorro, ahora las autoridades muestran impotencia para no solo retirar los trastos que han quedado en las calles, sino en la manera en que se hacen llegar los víveres a los damnificados. Si hubiera que ponerle un título, hoy podríamos decir sin tapujos, ni exageración, que por desidia de quienes la gobiernan, hoy La Plata es la ciudad de la vergüenza.

Para que se tenga una idea del escenario de destrucción y muerte, en las últimas horas la comuna local dio a conocer los números fríos del relevamiento de daños. Estos hablan por sí mismos. Uno de cada cuatro inmuebles se inundó y 58.582 resultaron afectados. En tanto que las pérdidas llegan a los 2.618 millones de pesos, por lo que cada familia necesita promedio, 78 mil pesos para reparar su vivienda.

La devastación por el paso arrollador de las aguas afectó al 25% de la población, es decir a 135.037 vecinos, pero la cifra de afectados supera el 55% de los habitantes, si se contemplan los que perdieron un auto o los que sufren otro tipo de perjuicios. Esto se da en el plano vecinal, pero traducido al comercio, las pérdidas materiales son de 120 mil pesos promedio cada uno.Lo habíamos dicho en un artículo anterior que lo ocurrido en La Plata fue una tragedia anunciada, producto de la desidia de sus autoridades. Una prueba de ello es que la ciudad se inundó cuatro veces en 8 años y se desoyeron los alertas de los ingenieros en hidráulica, que habían advertido de la inminencia de una catástrofe.

Para que los lectores tomen una dimensión, el agua tapó a media ciudad en el 2002, 2005, 2008 y la última fue en el 2010. Aquella vez los especialistas encendieron todas las luces rojas, pero los gobernantes subestimaron el pronóstico, hasta que desde el cielo llovió lo peor.

El viernes entrevisté en la radio a la socióloga y consultora Celia Kleiman, una reconocida politóloga, quien me comentó que en el 2011 le habían encargado un relevamiento sobre la opinión de los habitantes de la ciudad de las diagonales y la mayoría de ellos coincidía, al juzgar la gestión municipal del intendente Pablo Bruera, que todo lo que se hacía era una suerte de "maquillaje". Es decir, se acomodaban plazas y paseos públicos y se pintaban cordones de las veredas. Marketing puro, pero de nada servía colocar bonitos bancos y juegos en las plazas, cuando lo que se requería era obras de infraestructura y detener el Código de Planificación Urbana, que permitió la construcción indiscriminada de edificios, haciendo colapsar los servicios de desagues.

Convengamos que la ciudad de La Plata tiene el mismo sistema de desagues de su fundación y aunque muchos caños se han reemplazado, más del 50% son obsoletos y están esclerosados por el paso del tiempo. Lo que estoy diciendo no es una ecuación caprichosa, sino que me lo confirmó un alto dirigente sindical del gremio de Obras Sanitarias, quien además resaltó que cuando se puso en marcha la fiebre de construir edificios, no se pidió permiso a ver de qué manera había que adaptar las cañerías para sumarlas al sistema general.

Por poner un ejemplo, si en una manzana había 200 casas, les sumaron 10 edificios. No es difícil hacer las cuentas. Es como si en la habitación de la casa queremos que entren mil personas. Así fue como La Plata comenzó a explotar y la epidemia del cemento acabó con los espacios verdes, los que la naturaleza puso y no caprichosamente, para que escurra el agua. Todavía recuerdo un diálogo que mantuve con el intendente Pablo Bruera, cuando en campaña salió a recorrer los barrios y tocó el timbre en mi casa. Aquella vez le señalé que si bien es cierto que hay que darle la bienvenida al progreso, no se puede devastar una ciudad tradicional, con casas centenarias que pertenecen al patrimonio histórico, para dar paso a enormes moles.Bruera aquella vez prometió frenar el vendaval de edificaciones, pero ya era tarde, el daño estaba hecho y la tragedia se ponía en marcha.

Después de la construcción de la autopista Buenos Aires La Plata, que frenó el normal escurrimiento de las aguas de la ciudad hacia los bañados de la periferia y se convirtió en una suerte de escudo, cada vez que llovía mucho, el agua volvía hacia el casco urbano, con las consecuencias que hemos citado. Luego la construcción del Estadio Unico, hizo que la geografía de esa zona del barrio de Tolosa se transformara en la postal de la destrucción y la muerte en el último diluvio. Y las cosas no pasan por casualidad. El agua, así como viene, se va, pero desnuda las imprevisiones y la desidia de los funcionarios.

Con esta catástrofe quedó demostrado que La Plata no contaba con un plan de contingencia frente a una emergencia. Como por ejemplo lo tiene Chile frente un tsunami o un terremoto. Claro, para nuestras autoridades aquí no pueden ocurrir esas cosas. Y encima, frente a las advertencias meterológicas en los días previos, a nadie se le ocurrió poner en alerta a los organismos especiales. El intendente Bruera tomaba sol en Brasil y cuando se dio cuenta que se le venía la noche, tuiteó que estaba asistiendo a las víctimas. Pero como la mentira tiene pata corta, se descubrió la patraña. Bruera llegó a La Plata a la media mañana del día posterior al desastre. Eso sí, de allí en más no se perdió una sola foto al lado del gobernador Scioli y las autoridades nacionales. Por eso la gente descargó toda su bronca contra los funcionarios. Porque ni siquiera aún hoy saben cómo hacer llegar la ayuda a los barrios. Hay gente que tiene que transitar 20 kilómetros para buscar un colchón y una bolsa de comida en un centro de ayuda, cuando los manuales básicos enseñan que lo que hay que hacer es ir a los escenarios del desastre y atender personalmente los requerimientos básicos de la población.

De resultas de lo que el agua ha dejado, hay que ponderar y darle medalla de oro a la cadena solidaria, que básicamente la gente ayudó a poner en marcha y las donaciones que brotaron desde todos los rincones. Ahora los funcionarios deberán tomar nota que no sólo el agua puede arrasar a la ciudad de La Plata, sino la destilería de YPF, que el mismo día que se desataba la tragedia, se registraba un incendio en la planta de coque que hizo temer lo peor, porque puede volar en pedazos todo el éjido urbano. A raíz de ese siniestro, y como si fuera poco, hoy está faltando combustible y se observan largas colas en las estaciones de servicio.

Seguramente en octubre, cuando llegue el momento en que tengan que hablar las urnas, muchos funcionarios empezarán a paladear el sabor amargo de la derrota, porque ya hoy tienen fecha de vencimiento. Ojalá que esto deje una enseñanza. El agua no perdona, pero la gente tampoco.

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