jueves, 11 de abril de 2013

Más allá del diluvio, solo un milagro impidió que La Plata tuviera que llorar a otros 300 mil muertos




Por Jorge Joury



Las horas más dramáticas han pasado. La Plata ahora está en plena reconstrucción. Levantándose lentamente de sus ruinas, aunque en medio del dolor de lo que significa para las más de 80 mil familias afectadas, el haberlo perdido todo. Pero aunque el intendente Pablo Bruera haya pedido perdón ante la opinión pública por la mentira de su twiter de "abnegación" hacia las víctimas, cuando en realidad descansaba en Brasil, los pases de factura inexorablemente vendrán cuando tengan que hablar las urnas en octubre y la gente descargue sus broncas por la falta de prevención y previsión de algo que tenía un final anunciado, por la ausencia de obras hidráulicas por un lado y el desmesurado crecimiento de la construcción de edificios, por el otro.

Pero más allá de que ahora tanto el gobernador Daniel Scioli, como Bruera, se rasguen las vestiduras y se hayan convencido que hay que hacer las obras que sean necesarias para evitar otra catástrofe, el temporal encendió otra luz de alerta y que hasta el momento, nadie midió en su real dimensión.

Es que más allá del saldo aterrador de muerte del 2 de abril, cuando el cielo vació toda su furia sobre La Plata, pocos hablan hoy de que la mayor amenaza estuvo en otro lado, en el incendio que el fenómeno meteorológico provocó en la destilería de YPF, que pudo haber borrado del mapa, no solo a gran parte de la ciudad de las diagonales, sino también a las de Berisso y Ensenada. Y lo que hiela la sangre, es que aquí tampoco había un plan de contingencia.

En un informe de las organizaciones ambientalistas Ala Plástica y Greenpeace, en base a un relevamiento realizado en el polo petroquímico, tras el siniestro, se pueden leer en la letra fina las causas que provocaron el incendio en el horno de Coke A y lo cerca que estuvo este de desatar una serie de explosiones en cadena que pudieron haber tenido un impacto catastrófico en toda la región, provocando la muerte de unas 300 mil personas, es decir más de media ciudad.

Recuerdo que esa madrugada en medio de la pertinaz lluvia regresaba a La Plata por la autopista y pude observar como una enorme nube de humo negro, se abalanzaba lentamente sobre la ciudad, mientras las auto bombas de los cuarteles de bomberos vecinos, como de Varela, Quilmes, Berazategui, Avellaneda y Hurlingham, por citar algunas, llegan como apoyo, porque era evidente que el débil operativo de defensa civil local, también se mostraba impotente para hacer frente a la emergencia.

Tal es el efecto contaminante que desparramó esa nube, que muchos jardines de La Plata aparecieron cubiertos por el residuo negro y aceitoso. Más aún, este detalle era también perceptible sobre la superficie de agua de las piletas de natación, cubiertas por un manto negro.
¿Qué fue lo que pasó?. Es que la cantidad de agua caída hizo rebalsar los piletones de 80 mil metros cúbicos, con una mezcla de agua e hidrocarburos, que al ingresar al horno de Coke A y a la unidad de destilación Topping C, produjo dos explosiones y un incendio que puso en riesgo a gran parte de La Plata, Berisso y Ensenada. De lo que daos cuenta, es lo que dice el informe de los ambientalistas y esto no es antojadizo, ya que el lugar donde se produjeron las explosiones, está ubicado a poco más de 200 metros de las esferas de gas hidrógeno de Petroken, principal productor de propileno de la Argentina y muy cerca de otras instalaciones y concentradores de elementos altamente inflamables.

Esto lo advertí en uno de mis primeros artículos y es tan grave, que si el fuego hubiera llegado a Petroken -según el informe- hoy estaríamos lamentando no menos de 300 mil muertos. Lo señale literalmente en mi primer análisis de la catástrofe: las explosiones hubieran hecho desaparecer linealmente gran parte de La Plata, Berisso y Ensenada. Y el que ahora corrobora este dato no es ni más ni menos, que Alejandro Meitin, presidente de la Asociación Ala Plástica.

La preocupación es tan grande, que Meitin ante esta perspectiva apocalíptica reflexiona que "no puede ser que la única respuesta de YPF sea que en dos meses van a volver a producir el nivel de antes. La empresa tiene que explicarnos que es lo que va a hacer para que esto no vuelva a ocurrir", sostiene con indignación el ambientalista.

Lo más alarmante que marca el informe de Greenpeace y Ala Plástica y que por lo menos debería haber ocupado la tapa de los diarios locales, que apenas lo destacaron, tal vez porque YPF es uno de sus principales anunciantes, señala que los piletones de hidrocarburos que rebalsaron provocando el incendio, estaban diseñados para contener una lluvia de hasta 130 milímetros.Y si el lector observa que cayeron cerca de 400, no es difícil suponer que por milagro no fue un desastre. Y sin embargo, ni siquiera hubo un alerta, ni un plan de evacuación de los barrios aledaños, para evitar una tragedia mayor.

Como lo vieron los vecinos de la zona denominada El Dique, también presencié esa madrugada la película de terror. Se trataba de una lluvia de hollín de coque que emergía del incendio. Esto obligó a cientos de familias a autoevacuarse porque el Polo Petroquímico temblaba y daba la impresión de que en cualquier momento iba a volar. Y esa gente tuvo que salir corriendo en medio de la lluvia y abandonar sus casas, porque temía lo peor.Fue algo parecido a la denominada Revolución Libertadora de 1955 cuando la Marina quería derrocar a Perón y amenazó con volar la planta de YPF. Eese día, a modo de advertencia, los aviones descargaron algunas bombas sobre la zona del bosque de La Plata. Yo era pequeño y vivía a una 20 cuadras de ese escenario. Todavía tengo grabada en la memoria la fotografía de los hongos de fuego trepando hacia el cielo, en el atardecer de uno de los días más espantosos de mi vida.

Hoy me pregunto con dolor e impotencia, cuánto tiempo ha pasado ¿no? El suficiente para que a alguien se le hubiera ocurrido preservar y dotar de las medidas de seguridad necesarias a ese territorio inflamable.La Plata tiene en su periferia, un mar de hidrocarburos, pero a la buena de Dios.

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