martes, 6 de noviembre de 2012

La dramática historia del "duende blanco" de la clínica privada de Florencio Varela




Por Jorge Joury

La vida de un periodista está llena de sorpresas. Pero la noticia no siempre aparece del vamos. A veces surge de escarbar por los caminos menos transitados de la información. Esto fue lo que me ocurrió en las últimas horas con un hombre común. Un trabajador anónimo de la Clínica Privada de Florencio Varela. Uno de esos laburantes de las 60 familias que quedaron en la calle. Todo porque un desalmado, sin temblarle el pulso, llevó adelante una acción de vaciamiento, para llenarse sus bolsillos y enflaquecer los de los demás.

Pero vamos a la historia de vida propiamente dicha, que tiene su escenario en la sede de la calle San Martín 1350. Allí donde los trabajadores montan guardia las 24 horas para que nadie se lleve los pocos bienes que quedan. Ni menos intenten vender las instalaciones. En medio de ese derrotero de andar peregrinando por juzgados donde todos se pasan la pelota y la justicia se hace más ciega que nunca, hay 480 mil pesos de salarios adeudados, más los aguinaldos. Trabajo efectivo de esas 60 personas, entre administrativos, médicos, enfermeros, camilleros, personal de maestranza y telefonistas. Todos son remadores de muchos barrios de Varela. Los mismos que defendieron durante más de 20 años el prestigio del centro de salud, en su momento uno de los más modernos de la zona y el primero en instalar una sala de terapia intensiva en el distrito.

Durante años, la frase de rutina en la sociedad local era: "mi hijo va a nacer en la Clínica Privada". Era sinónimo de orgullo y categoría de que allí se acuñaba un centro de excelencia, con los mejores profesionales. Pero los años pasaron .Y los hombres buenos se tornaron ambiciosos, y por ende, la salud se fue convirtiendo en un negocio de rufianes. Tipos con plata que invertían en lugares confiables, para usarlos como pantalla para turbios negocios. Después, con la complicidad de las obras sociales y el aparato corrupto del Estado, se inflaban presupuestos. Y se operaba cuando no hacía falta, para ganar la más vil de las monedas, es decir a costa de la salud ajena.

Y así dejaron tendales por todos lados. Pero lo cierto es que casi ninguno está en cana. ¿Sabe por qué?. Porque tienen guita para pagar buenos abogados y seguir libres. A estos mercaderes de las tropelías, poco les importó que otros se quedaran sin laburo. Y entre este residual, quedaron el grupo de varelenses de la salud.

¿Y a que viene todo esto y a dónde quiero llegar? Pues bien, toda esta introducción de mundo injusto e impunidad manifiesta, sirve para presentar al protagonista de esta historia. Se trata del "duende blanco" de la Clínica. El enfermero Luis Binanti, de 55 años, una de las víctimas del vaciamiento. Como Luis se quedó sin dinero para pagar el alquiler, lo desalojaron de la casita que alquilaba en la curva de Berraymundo y se tuvo que mudar hace dos meses con su mujer y su nene de 10 años, a las instalaciones de la clínica, caso contrario no le quedaba otra que vivir a la intemperie.

Este hombre, que nació en el Barrio San Martín de El Cruce, trabajó 20 años en el lugar que hoy lo cobija como última morada."De acá solo me sacan muerto", dice. Binanti acomodó sus pocos muebles como pudo en un par de habitaciones y hoy tiene que subir dos pisos para bañarse y poder cocinar los alimentos que le acercan algunos familiares."Por lo menos hasta el momento no nos han cortado los servicios esenciales, como la luz, el gas y el agua. Cuando ello ocurra, no se que haremos. Usted se imagina a un enfermero de 55 años, lamentablemente hoy esta sociedad lo considera un viejo", sostiene Luis.

"Si habré curado gente.Ojalá que la vida pueda darme la derecha y alguna de esas personas que se acuerde de mí, pueda darme la oportunidad de un trabajo". Luis no tiene ningún subsidio, ni plan alguno, como muchos vagos que ni siquiera trabajan. Aún mantiene viva la esperanza de que algún grupo económico pueda hacerse cargo de la clínica y vuelva el trabajo digno. Por el momento, a veces se pone su chaqueta blanca y junto a los compañeros que se turnan para hacer guardia las 24 horas, bromea en voz alta: ¡a la paciente de la habitación 34 hay que darle la otra inyección a las 12!. ¡Ojo con el de la 21, que le subió la fiebre!

Ojalá que a este "ángel de la guarda" de esta fuente de trabajo de 60 familias se le haga el milagro."Todas las mañanas me levanto pensando en que esto ha sido un sueño, una pesadilla. Me cuesta creer a dónde hemos llegado, pero me pellizco y es la realidad."

Pero, aunque no lo diga, Luis admite en voz baja que tal vez Dios, en cualquier momento se ponga el guardapolvo blanco y entre por la puerta del edificio de la calle San Martín 1350, con un solo mandato : "muchachos, todo el mundo a sus puestos de trabajo".

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